Costean es un pueblo alargado y estrecho, de aspecto pobre, y moruno, encajonado entre dos barrancos; uno llamado el Azul (de azud, presa) y el otro Secalás. Unas casas asoman a uno y otras a otro, salvo excepciones.
Las que miran al Azul recuerdan a las casas colgantes de Cuenca.
Sus calles son estrechas, retorcidas y en pendiente. La fachada de la casa que da a la calle recibe poca luz, pero la que asoma al barranco tiene las vistas abiertas a un monte repleto de almendreras, oliveras y carrascas..
Cuando con siete años mi tía Pilarín me llevó a Santalecina (Huesca) me quedé extrañado de aquel pueblo tan feo con sus calles rectas, anchas, y planas, tan distinto de Costean. Mi primera extrañeza fue cuando desde la ventana del autobús vi una caudalosa acequia a la entrada del pueblo. En Costean sólo había agua en las lejanas fuentes. Vivir era sobrevivir.
La casa de mis abuelos daba al Azul, frente a un chopo gigantesco que plantaron los colegiales a principio del siglo XX. En él, a pocos metros de los balcones, se posaba un búho que silbaba todas las noches de verano.
La ropa menuda se lavaba en un lavadero junto a una fuente, y las sábanas en el Ariño, un riachuelo, a cuatro kilómetros de distancia. Llevaban la ropa en mula y la ponían a secar extendida sobre los arbustos.
Aquella pacífica y monótona existencia se rompía con las fiestas de san Lorenzo, cuando explotaba una manifestación colectiva de alegría, los vecinos se vestían con las mejores galas, y llegaban los esperados emigrantes de Francia y Barcelona.

En la procesión primero van los niños, luego las mujeres y en último lugar los hombres (mediados de los 70)
En esta foto se divisa la primera casa que tuvieron mis abuelos con sus siete hijos. Es la bajita situada encima del remolque, con una sola puerta. En ella llegaron a dormir todos más Angelito y su madre, que eran vecinos.
Las tres cantinas se llenaban de gente feliz que no paraba de hablar entre el intenso olor a vinagreta de berberechos y escabeche. Y por la tarde la familia de Perico improvisaba un quinteto de cuerda (rondalla) y salía de ronda.

Comienzo de la ronda frente a casa. Todos los presentes son familia, excepto quien se apoya en mi abuelo (1967).
Angelito y tío Antonied con las bandurrias; los tíos Periqued y Ramiro a la guitarra, mi padre al violín y yo con la pandereta. Primero se rondaba la parte baja del pueblo y luego se subía al Portal, o plaza, situada en lo alto.

Ronda en la parte baja de Costean. 1967 (Mi abuelo sigue aguantando en su hombro a la misma persona).
En primer plano, con las manos juntas, la mujer más chistosa, graciosa y ocurrente que he conocido nunca: Pilar de la Roca. Obsérvese, por la posición de las manos y la mueca de la cara, que ya está maquinando la ocurrencia que le lanzará al fotógrafo en cuanto acabe la foto…
Detrás de Pedro está su hermana Francisca. Agarrada a Pilar mi prima Tony.

Frente a la cantina del Portal 1967 (Mi abuelo continúa aguantando al mismo personaje en su hombro derecho)
Al llegar a la plaza, o el Portal, que es el único sitio llano del lugar, se rondó a los jugadores de guiñote de la cantina de Francisco, que interrumpieron las jugadas. El violinista, mi padre, parece que hace de director a la vista de la atención que le prestan los demás. Abajo a la derecha también está muy atento Pedro «Lifonso», el más alto del pueblo.
Todo era muy simple y sin subvención.
¡Qué fotos más majas! Me traen muchos recuerdos de la infancia.
El que está apoyado en el hombro de mi abuelo(nuestro abuelo)era ciego y tenía ,junto a su mujer, el bar de El Chopo en la carretera de Graus cerca de Enate.Era un hombe muy inteligente y muy habilidoso ,pues se hacía las herramientas él mismo,y toda clase de artilugios necesarios para su casa.
¡¡ Vaya!! Mi comentario jocoso carece de sentido. Lo siento. Se llamaba Tomás, pero no lo recordaba físicamente…