Perico necesitaba de una burreta como ahora necesitamos del móvil. La usaba como medio de transporte (no tuvo carnet de conducir) y para cargar aperos, frutos del campo y el agua de la fuente, traída en cántaros. La bicicleta era impensable en Costean por sus empinadas calles. Todas sus burras eran pequeñas y mansas.
Cuando se moría la sustituía por otra que compraba en Puértolas, un pequeño pueblo del Pirineo. Eran pacientes, pacíficas y muy sacrificadas, y para los nietos un juguete semoviente; cuando obteníamos permiso para sacarla de la cuadra, la calle se convertía en una fiesta.
Con esta burra de arriba ocurrió la anécdota que describo en «Lo que me contó/sexo de los burros». Era de color grisáceo, mansa y obediente. Mi primo Ramiro, creo que se rompió el brazo por una caída desde la burra.
Mi abuelo Perico para mandar sobre ellas usaba sólo cinco palabras:
- ¡¡ Soooo !!: Parada.
- ¡¡ Arre !!: Arranque. (A veces con la lengua doblada le hacía un ruido similar al croar de la rana y equivalía a lo mismo)
- ¡¡ Güisqui !!: Izquierda.
- ¡¡ Pasa ya !!: Derecha
Una vez mi hermana María José cogió una corbata muy larga de mi tío Ramiro, que medía 1,90, y la anudó al cuello del animal. Le colgaba como el badajo de una campana y nos reímos mucho con la ocurrencia…
A veces pienso que los nietos suplíamos la inclinación maternal del animal… Nunca fueron madres.
En la foto siguiente asoma Juan Antonio, un vecino bondadoso que nos visitaba muchas veces, y a quien mi abuela daba de almorzar. Era soltero como su hermano Lorenzo, con quien vivía. Nunca salió de Costean salvo cuando hizo la mili en el cuartel «Conde Duque» de Madrid. Cuando me lo contaba se ponía muy serio al citar «Conde Duque»: enarcaba los ojos y levantaba la barbilla.
Este petril de piedra natural situado frente a casa, era el escalón para subir al burro. También el banco para nuestros juegos infantiles.